La corriente del azar





El viento trajo un boleto de lotería. Ni siquiera llegó en un soplo brusco; el papel fue flotando lentamente y se quedó posado en mi rodilla izquierda. Si hubiese caído en cualquier otra parte jamás me habría molestado en comprobar el número - ¿quién mira un cupón en el suelo? -, pero esa forma casi divina de aparecer me hizo pensar que debía hacerlo.

Antes de saber nada, observé a mi mujer desde la terraza como si me hallase en el preludio de un suceso increíble. Sin motivos asociables a la lógica, tenía el convencimiento de que el boleto estaría premiado.

Me metí desde el móvil en la página de los sorteos del Estado e introduje las seis cifras, cerciorándome de que las escribía todas correctamente. Siendo un férreo escéptico de la tecnología, admiré por primera vez la compleja ingeniería de mi teléfono móvil, quizás por sentirme a un click de convertirme en millonario.

Los números ganadores aparecieron en la pantalla, uno por uno, tal cual yo los había puesto. Debajo de ellos rezaba: “¡¡Felicidades!! Ha ganado 12 millones de euros”.

Al leerlo se desató toda la emoción que podía soportar mi desgastado cuerpo. Ya era oficial. Entré corriendo a casa y me coloqué en frente de mi mujer, que me sonrió desconcertada. Extendí las dos manos, una con el boleto y la otra con el teléfono. Cuando Mamen se fijó, abrió del todo los ojos para asegurarse de que lo que veía era cierto. Me miró, volvió a mirar el móvil, luego a mí otra vez, y finalmente se llevó las manos a la boca mientras dejaba que le brotasen las lágrimas.

-Ezequiel…-sollozaba, encogida.

-Te lo dije, ¿recuerdas? Te dije que íbamos a ser distintos al resto –le respondí abrazándole con todas mis fuerzas.

-Eze… Doce millones de euros... ¡Podemos hacer lo que queramos! Nunca más iremos a trabajar. No le veré más la cara de mandril a mi jefe. ¡Tú podrás dejar el partido! ¿De verdad está pasando esto? –las manos le temblaban mientras intentaba secarse la cara- ¡Ezequiel, somos libres! Por fin podré escribir mi novela. 

- ¡Y viajar! Jesús, Mamen, nuestras vidas van a ser totalmente distintas a partir de hoy –yo también lloraba sin poder contener la euforia.

Nos pusimos a saltar en mitad del salón como dos niños a los que sus padres les habían dicho que iban a vivir en el parque de atracciones. Mamen se reía como no lo había hecho en años. Me besó con los labios húmedos por la alegría y luego retrocedió bailando. De repente, dio un traspiés con la alfombra y cayó de espaldas contra la esquina del aparador.

Aquello del dinero se me olvidó de golpe. Mamen estaba inconsciente y sangraba por la cabeza. Un escalofrío recorrió mis entrañas. De camino al hospital despertó y quiso volver a por el premio, pero le pedí que no hablase ni hiciese esfuerzos. Pasamos unas horas en el centro médico del pueblo hasta que nos dijeron que podíamos marcharnos y que la herida era superficial.

El susto me había generado un sabor amargo y cierto sentimiento de rechazo hacia el dinero, después de que por su causa estuviese a punto perder a Mamen. No obstante, ella parecía completamente feliz. Se reía de lo sucedido y me sujetaba la mano mientras volvíamos a casa.

-Todo va a ir bien –me susurró, portando un hermoso brillo en los ojos.

Hubiese deseado que tuviera razón, pero lo cierto fue que cuando llegamos a casa el boleto no estaba. Yo lo había dejado encima del aparador cuando Mamen se había caído. Estaba seguro, lo había puesto ahí. Miré extrañado a los alrededores del salón hasta que resolví el misterio: la ventana estaba abierta.

Cabría esperar que una persona en esa situación se enfadara o se disgustase en gran medida. Sin embargo, yo estaba muy tranquilo, pues comprendía desde un punto de vista espiritual y armonioso que, de la misma forma que lo había traído, el viento se lo había vuelto a llevar.

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